No estoy en contra del colegio
He sido docente la mayor parte de mi vida, siempre con sus más y sus menos he disfrutado de ello porque me gustó siempre rodearme de niños y adolescentes, porque te llenan de energía y cuando sabés tratarlos con respeto y dedicación, la devolución afectuosa es increíblemente enriquecedora.
Así como he enseñado cosas, también de ellos las he aprendido y ese acto de ida y vuelta es impagable. Me he reído, me he sentido joven, he jugado y reconectado con mi niña y adolescente interior y hasta, creo (humildemente porque así me lo han hecho saber), he tocado alguna vida aunque sea con alguna caricia emocional que ha servido para hacer un poco más feliz (al menos por un rato) a alguien.
He tenido la suerte que en un acto fallido me hayan cambiado el “seño” o “profe” por “Ma“, “mamá” y hasta “abue” (ouch!) y eso es algo impagable, momentos que tuve que ejercer un auto control enorme para no salir corriendo a abrazar llorando a quien se le soltó.
También he sido testigo de cómo son cada vez más las familias que se ocupan cada vez menos de sus hijos (en secundaria es aun mucho peor!) y por ende el colegio, aunque no les guste a los chicos por varias razones, es para muchos como un verdadero segundo hogar; al menos ahí están con alguien que los contiene o escucha.