Desde muy joven fui una persona organizada; tal es así que cuando estaba por terminar el secundario, mi vida estaba completamente planificada: estudiaría para contadora, me casaría un par de años antes de recibirme, tendría hijos una vez graduada. Todo parecía transcurrir tal cual lo había pensado hasta que un año antes de recibirme un problema de salud me retrasó la carrera. Me recuperé , pero a los dos meses de retomar los estudios quedé embarazada de mi primer hijo.
Sí, ese “pero” suena horrible; sin embargo en ese momento, aunque super feliz de convertirme en mamá, sabía que otra vez a tan escasas materias de recibirme, otra vez las cosas se iban a complicar. No me equivoqué del todo porque tuve que guardar reposo en los últimos meses de gestación y eso provocó que mi carrera quedara en un veremos. Nada más real entonces que aquello de que el hombre propone y Dios dispone. Lo aprendí muy bien y me alegra decir que también aprendí que en la vida las cosas suceden siempre para trazar caminos mejores, siempre que sepamos convertir los obstáculos en oportunidades.
Cómo ser mamá cambió mi vida
Ya desde el embarazo, y mucho más aun desde que tuviera que hacer reposo, me puse a leer todo lo relativo a maternidad consciente. Leí muchos libros que mi marido me traía de afuera cuando viajaba por trabajo que hablaban sobre formas de crianzas que en Argentina ni se conocían aun. Creo que debo ser una de las primeras locas que hablaba de la crianza con apego, el colecho y el respeto por los tiempos de los niños aun antes siquiera que alguien lo planteara como posibilidad.
Todo esto cambió mi propia perspectiva de vida, me di cuenta que la vida no puede predecirse de antemano y sobre todo, me di cuenta que la carrera que había elegido fue por pura motivación monetaria: como contador se ganaba buena plata. Me da terror pensarlo ahora, pero en ese entonces era lo que me preocupaba, sobre todo porque siempre me había gustado viajar y para ello se necesitaba (según mi estrecha visión) un estilo de vida determinado.
Cuando mi niño tenía unos dos años surgió la oportunidad de vivir un tiempo en España y apenas llegados a Madrid entablé amistad con una norteamericana que estudiaba arte en aquella ciudad. Ella fue la que me introdujo en el trabajo por proyectos, pedagogía que usaba en su tierra natal cuando era maestra de escuela en nivel pre escolar.
Con ella comencé a trabajar con niños aplicando esta metodología y una parte de mi conectó con todo aquello que siempre me había gustado pero había relegado por pensarlo como “inútil”. Comencé a pintar, hacer escultura y como siempre me había interesado el tema de la ciencia le planteé por qué no organizábamos un taller de ciencias para niños aplicando los proyectos como herramienta. Y lo hicimos.
Durante cinco años trabajamos los proyectos de arte y de ciencias con niños entre 5 y 10 años.
Cómo el trabajo por proyectos me hizo mejor persona
No es que antes fuera mala persona, pero el trabajo por proyectos me hizo mejor. Me hizo más libre, más relajada, más abierta. Me enseñó a respetar las ideas y tiempos de los más peques y por supuesto, el de cualquiera que me rodeara gracias a ellos.
Aprendí a no discutir tanto cuando estaba aferrada a que las cosas solo podían hacerse de una sola manera.
Me condujo por un camino donde pude disfrutar de cosas más sencillas.
El hecho de crear, investigar y aplicar cosas que hasta el momento había visto solo “en teoría” me convirtió en una persona más pragmática y más colaborativa. Antes quería todo a mi manera, ahora me interesaba seriamente lo que los demás tuvieran para aportar. Además me volví una persona más independiente, aprendí a no decir “no puedo” y buscar quien me sacara siempre las papas del fuego.
Me animé a manifestar mis frustraciones de manera diferente, mirando en los problemas las posibles soluciones. Aprendí a mirar las cosas desde diferentes puntos de vista.
Me hizo mejor madre. Sí, mucho mejor, porque aprendí que los niños no son mini adultos y que por más libros que había leído sobre crianza había estado bien lejos de ser una mamá que respetara los tiempos de mi hijo. Me vivía imponiendo cosas innecesarias y vivía comparándome (y comparándolo a él pobrecito) a los demás.
Aprendí a elegir diferente, a escuchar mi intuición y mis intereses para tomar decisiones.
Imaginen si todo eso lo aprendí de adulta, qué no hará el criar hijos de esta manera. ¿Qué tipo de adultos serán ahora mis hijos gracias a que una forma de trabajar y de educar me transformó a mí misma? Ahora es cuando siento que a pesar de los errores que nunca estamos exentos de cometer, mis hijos serán adultos de bien, resilientes y emprendedores. Y eso es todo lo que ahora me importa.
Porque para ser feliz se necesita poco y para ser mejor nunca es tarde.